No quiero hacer un panegírico lastimero ni llorón, porque en lo poco que conocí al ministro Holmes Trujillo y la idiosincracia de mi segunda ciudad adoptiva -tengo más posibles madres que el Chavo del Ocho gracias a las agresiones verbales de mis malquerientes- Santiago de Cali, la fortaleza de carácter es una condición evolutiva vital por la rudeza de carácter de la naturaleza y de la sociedad vallecaucana. Simplemente daré un giro con respecto a los hechos y momentos que mi vida coincide con la del ministro.
En primer lugar, mi apoyo público a su candidatura en la época posterior a la Convención de diciembre de 2017 de precandidatos del Partido de Gobierno, donde sin ninguna duda contaba no solo de lejos. Aún en ese tiempo, pese a una serie de experiencias negativas en trabajo político desde mi salida del Congreso en 2015, tenía aún esperanza y optimismo en el Partido de Gobierno, en parte porque el doctor Holmes Trujillo repetía su candidatura a la presidencia, la cuál apoyé publicamente con el argumento sobre su talante conciliador, profesional y coherente frente al globalismo liberal rampante que mediante el fraude y la mentira triunfarìa tres veces hasta llegar a la Presidencia; y por otro lado a Nieto Loaiza que pese a ser un hombre más cercano a las necesidades del pueblo colombiano y al principio de autoridad, su mutismo en el ámbito político y social frente a los errores del gobierno, frente a la problemática del Covid-19 ya ejercer una real oposición republicana e institucional al Régimen. Holmes Trujillo, el Holmes Trujillo que yo conocí representaba el justo medio de la política, y en esta columna de hace tres años lo dije aquí mismo en EL NODO COLOMBIA: enlace virtual: http://elnodo.co/opinion/%C2%A1por-el-bien-de-colombia-que-gane-carlos-holmes-trujillo
En los años posteriores a la campaña de Oscar Iván Zuluaga y previos al regreso al Ejecutivo primero como Canciller y después en el Ministerio de Defensa, estuvo lejos de la ambición burocrática y continuó en la academia en la Universidad del Rosario y escribiendo en la editorial Ibañez, grandes amigos personales de él, la buena literatura, el buen caféy la cultura jurídica colombiana. Pasiones todas ellas que comparto personalmente y que en mis paseos frecuentes hasta hace un año al centro de Bogotá encontraba al ministro camino a la universidad a quien reconocía saludando con enérgica alegría al mismo tiempo que con respeto.
Ese mismos respeto genuino que los grandes seres humanos se ganan y no exigen. Todo lo contrario al colombiano promedio. La caballerosidad, trascendencia, identidad de una sola pieza en su vida familiar, personal y política que se veía cuando hacía campaña en el barrio El Calvario de Cali o cuando hacía exposición de su plan de gobierno ante la alta sociedad en el Jockey Club de Bogotá. Grandeza era su forma de vivir, la de esa política antigua que si bien tuvo el lunar de sangre del fanatismo partidista, dio la ética personal y familiar de los principios como frutos que dieron cimiento social hasta hace muy poco a la sociedad colombiana.
Casi siempre abro mis columnas con los escolios del maestro Nicolás Gómez Dávila quien en su vida atravesó de norte a sur la Sabana desde su nacimiento en Cajicá y su vida entre Bogotá y su hacienda cerca al río Canoas en Soacha. Con el sarcasmo y humor cruel frente al desarrollo de lo establecido sobre todos los asuntos de la vida, incluida la muerte: "raro es el muerto a quien la muerte no le queda demasiado grande". Aunque esto no aplica para la vida y obra del ministro Holmes Trujillo, ya que ni a él ni a sus hijos ni a quienes son sus sucesores espirituales continuar entendimos su ejemplo en la tierra.
La luz siempre vence a la oscuridad, y las fuerzas del mal nunca prevalecen contra Cristo. Y aún entre el fango de la mediocridad y la injusticia institucionalizadas, aún el buen ejemplo existe y resplandece.
Ministro, descanse en paz en la Gloria de Dios.
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