Hay momentos en los debemos asilarnos del “muro de los 140 lamentos” por un momento. Pues, bien decía San Ignacio de Loyola: “el examen de conciencia es siempre el mejor medio para cuidar bien el alma”. Por tanto, de antemano me disculpo con mis lectores, pues sé que algunos estaban esperando mi opinión sobre los álgidos temas de la agenda nacional que se dieron esta semana. Sin embargo, desde mañana entraremos en una semana de reflexión y, es importante alimentar también el alma.
Para muchos, el tiempo que se acerca es aplicar la máxima de Kant, es decir, actuar bajo la propia voluntad y el libre albedrio que nos ha sido regalado para seleccionar entre todos los factores, lo bueno, hacer el bien, en otras palabras -a priori- nuestras acciones deben llevar a un juicio universal correcto. Para otros, esta semana es el momento preciso para convertirse en todos los Erotes; otros más, prefieren ser Airón y, algunos otros simplemente seguir aparentando quienes son para complacerse y obedecer a Rousseau bajo la “voluntad general” y la “ley pública”.
He citado ya varios autores que, para varios serán hipérboles, para otros símiles y, para muchos más simplemente irónicos. Por tanto, dejando el devaneo de lado y hablando como bien saben lo hago, con claridad, el asunto radica en lo siguiente: ¿de qué vale “evitar” la tentación, si no evitaremos el pecado? Está bien, la cuaresma, los cuarenta días que nosotros los católicos consideramos como la preparación para “la gran semana”, la cual es de introspección y de lo que debería ser una labor en soledad para tener una “relación íntima” con el Todopoderoso, sería para cualquier mortal, irrealizable, pues el poder equilibrar las dimensiones que cada uno de nosotros posee como Homo Sapiens, en 40 días, al menos para mi, es imposible, más si se tiene la presión de un cumplimiento espiritual que la sociedad busca imponer, pues ¿de qué sirve “ser santo” en 7 días, si los otros 358, alguna falta se cometerá? Pues, si somos coherentes y apelamos a lo que esta tradición busca, que es la transformación subjetiva a la correcta moralidad, la semana santa debe ser celebrada las más de 40 semanas que tiene el año.
Pienso por eso que, nuestro animal laborans, podría vivir a plenitud, feliz y, no siendo estigmatizado por lo que la sociedad considera un peccatum si cumple una máxima: la mejor religión es ser buena persona. Además, discernir sería esa constante que nos llevará a tener una buena consciencia moral. Aclarando que, aunque “ganemos al mundo, no debemos perder el alma”, porque es esta última, más que el corazón la que nos trae gratificación.
Hubiera podido hoy, como ya lo mencioné, hablar de otro tema. Sin embargo, espero realmente que hagamos de las buenas prácticas, de aquello que nos hace feliz un hábito, que 21 días nos sean suficientes para crear todo aquello que nos llena el corazón sin hacer daño a nadie. Bien decía Álvaro Gómez Hurtado, “tenemos la voluntad de fabricar destino” y, recordar sobre todo que “el cristiano no cree que Dios nos amará porque somos buenos, sino que Dios nos hará buenos porque nos ama”.