La digitalización de la vida es un proceso inevitable del que cada vez hay más conciencia en el público mundial. Podemos ver esto solamente en el mundo financiero a través de dos fenómenos: la transición de la banca tradicional al fintech -estrategia frente a las nuevas start ups juveniles rebeldes contra la excesiva burocracia bancaria y bursatil- y la cada vez más fuerte implementación de las criptomonedas a través de sus mayores opositores: los bancos centrales nacionales. En este último caso, aunque no se ha comentado mucho en estos días, en España en sintonía con el Banco Central Europeo, el Banco de España -banca central de ese país- empezará pruebas pilotos del Euro digital, para hacer frente a criptomonedas sin control ni trazabilidad tradicional como el Bitcoin que cada vez eleva más su precio desde que comenzó la emergencia mundial por el Covid-19.
En el caso de la cultura, que es el que nos compete, la crisis ha sido muy fuerte, no solamente por el factor económico, sino porque si bien las artes y la creatividad viven de la sensibilidad y las ideas que despiertan las obras, también esa magia se construye entre la interacción del creador, su obra y su publico. Eso no se perdió con el uso de las redes sociales y plataformas de conferencias como alegan los románticos y puristas, simplemente es un escenario diferente. Ir al teatro, ver una escultura o una pintura en la galería o el museo, escuchar el virtuosismo de un cantante o una orquesta o una bella danza clásica o folclórica en una comparsa callejera; todas esas experiencias no han muerto con la nueva realidad, solamente se necesita lo más difícil y al mismo tiempo lo más fundamental para construir y dar sostenibilidad a la cultura a través del tiempo: la formación de públicos.
Y para formar a los públicos, como cualquier tarea pedagógica consiste en romper paradigmas, prejuicios y pre conceptos sobre una nueva realidad que se debe aprender. Y ahí se unen nuestro primer ejemplo con el tema cultural: la desconfianza a lo digital, que no es más que una manifestación de la condición social de la resistencia a los cambios. En el caso de las criptomonedas, en países de América Latina como Argentina y México hay prohibiciones legales al uso y creación de las mismas o en Colombia -al igual que sucede con las plataformas digitales de transporte privado de pasajeros- no existe regulación legal, lo que es aún más peligroso porque se cae en el terreno de la especulación, las estafas y la estigmatización del modelo. El uso de esos mecanismos digitales de blockchain para lavado de activos procedentes del narcotráfico u otras actividades ilegales, o el ingreso de capitales para financiar el terrorismo son el motivo no escrito de legislaciones adaptadas a países con historias de conflictos sociales y políticos fuertes durante décadas.
El prejuicio sobre el arte digital puede ser más por una resistencia al cambio de un nicho tangible que sucede cuando una tecnología reemplaza a otra. Mucha gente creyó que al inventarse la televisión desaparecerían la radio y el cine; o que el internet destruiría los libros impresos, o que los cajeros electrónicos de retiro y depósito acabarían con las sucursales bancarias físicas. Nada de eso sucedió y tampoco la tecnología destruirá ninguna de las expresiones artísticas, creativas ni culturales de la humanidad. Aquí caben totalmente las palabras del actor y director del teatro Petra de Bogotá Fabio Rubiano: "el teatro ha sobrevivido a dos mil años de pestes, guerras, desastres naturales y seguirá vivo muchos siglos más".
Y esa resilencia de la cultura se ve en la transformación de las sesiones de Facebook Live, o los Live de Instagram o You Tube, o las ya casi tradicionales conferencias por plataformas como Zoom o Google Meats para hablar no solamente de asuntos de trabajo, clases universitarias o escolares, reuniones de balances de empresas y juntas directivas, sino para conversar sobre autores, leer interactivamente con la familia, presentar obras de teatro, recitales e inclusive vender conciertos exclusivos con apoyo económico de grandes marcas que han mudado sus recursos de patrocinio y modelo de negocio con timidez -y miedo financiero- al principio, pero actualmente con la total confianza en la sostenibilidad del modelo más allá del Covid-19. Al punto que vemos paquetes de clases, envío de libros a casa, venta de cenas e inclusive abonos para contenidos de alta calidad como los planeados por el Teatro Colón o el Teatro Mayor Julio Mario Santodomingo. Sin hablar de esa cercanía casi providencial que tienen autores, poetas, escritores, críticos, pintores, escultores, cineastas, músicos, locutores, gestores culturales, actores y en general toda la cadena con su público, como nunca antes y casi personalizadamente en la actualidad. Un sueño que ni siquiera nosotros mismos hace menos de una década hubiesemos imaginado.
La sostenibilidad de la cultura y sobre todo de la creación artística manifiesta en lo artesanal ya se ve en la creación de estrategias como la del mercado digital de Artesanías de Colombia y la Presidencia de la República, que esperamos que llegue a una etapa de integración digital completa realizando la feria tradicional de Expoartesanías 2020 virtual como otras de gran éxito en el sector emprendedor como la feria Buró 2020 realizada hace algunas semanas. Corferias con su plataforma de ferias ECONEXIA demostró con Expoagrofuturo 2020 que estas iniciativas pueden tener éxito en nuestro país.
Ya dimos el primer paso, sigamos adelante con imaginación, compromiso y siendo conscientes de la nueva realidad y de la nueva cultura.
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