Por: Laura Pinzón @laurapinzonb
Por: Laura Pinzón @laurapinzonb
Amanecía y era otro día en la vida de Paz, sola, triste y deprimida, pero siempre llena de ilusión y luz. Inicia su rutina a eso de las 6:30 de la mañana, con el frio capitalino típico de esa hora; sus ojos azules se abrían y su mejor despertador sería encender su teléfono, quitarle “el modo avión” y revisar las notificaciones en redes sociales. Sin embargo, al ver que estas superaban los 100 mensajes, decidió salir de su cama con prisa, ir al baño, tomar una ducha de agua fría para aclarar sus ideas y revisarlas después, porque la puntualidad es su constante y ya era hora de empezar el camino a su trabajo.
Por supuesto, eso de “barriga llena corazón contento” debía cumplirse y después de hacerse un buen café antioqueño con arepa, Paz empacó su lonchera con una manzana, chocorramo y yogurt; después, subió a su habitación por el bolso: cargadores de computador y celular, sombrilla, agenda, lapicero, billetera, tarjeta de Transmilenio, porque tener todo organizado es su constante, ¡listo! Y… a la estación más cercana, camino a su trabajo.
Media hora, media hora le tomó hacer la fila para recargar su tarjeta y subirse al “C15” (aunque fuera lleno) para llegar a tiempo a su lugar de destino. En el camino, veía cómo se subían extranjeros, porque escuchaba que por su acento, venían de la tierra cercana donde aquel dictador sin cerebro les robaba la vida que habían construido y, ahora, debían subirse a regalar por monedas y comida, patos en origami hecho de billetes o, cantar así tuvieran mala voz, ¡que vida la que están viviendo estas personas en un territorio ajeno!, pensaba Paz, porque tener “buen corazón y vivir en armonía” es su constante; aún con estas situaciones lamentables, debía continuar camino a su trabajo.
Después de todo el trayecto, Paz está cansada de ver noticias donde la “propaganda” y la impunidad son la sensación, porque unos cuantos malvados han usado su nombre para sacar provecho, revisar mensajes en el “muro de los lamentos” del “pajarito azul”, donde hay muchos que sin cuidar sus modales, saludan recordándole la madre al otro, escuchar y ver la inseguridad en el país producto de que varios “líderes” no saben asumir lo que esta responsabilidad conlleva y, mirar desconsolada las lágrimas de los que más pagarán los “platos rotos”, los niños de un territorio donde se está perdiendo la bondad, prima la intolerancia y resuena la injusticia.
Entonces, Paz toma un respiro, cierra sus ojos que son como el cielo, los ríos y dos océanos que los rodean y, solamente cuenta “1, 2, 3, 4…”, así, hasta 10, luego, los abre; camina con sus pies amarillos que contienen toda la riqueza del suelo, son de oro, tan brillantes como el sol y, escucha su corazón, tan rojo que recuerda cada gota de sangre derramada por las batallas de sus compatriotas, a quienes agradece por haberle dejado esta tierra, en la que puede habitar. Paz camina… y, llegó a su trabajo.
¿Cuál es el trabajo de Paz? Sentarse a observar día tras día, durante décadas y siempre siguiendo el mismo camino cómo nadie ha querido compartir su soledad con ella.
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