Entre más candidatos para las elecciones, menos personas para servirle a Colombia; entre más maquinaria y corrupción, menos espacio para las ideas y la innovación. Esa es la esencia de la política que por su dinamismo bloquea a los jóvenes y premia los caciquismos.
Según el Consejo Nacional Electoral (CNE) los candidatos a la presidencia previamente avalados por los partidos podrán gastar 24.235 millones de pesos y aquellos que pasen a segunda vuelta podrán emplear otros 11.335 millones, dando un total de 35.570 millones para una campaña política.
Este modelo plantea un barra directa a la participación en Colombia, teniendo en cuenta que más del 70% de las personas ganan solamente entre 2 y 3 salarios mínimos lo cual implicaría un ahorro del total de sus salario por casi 20 años, para poder obtener ese dinero, eso sí, sin gastarse un solo peso durante ese tiempo. Pero eso es solo el principio de una larga lista de “herramientas electorales” que se deben adquirir para ganar una elección.
Paso seguido a conseguir el dinero, los candidatos tienen que buscar a los famosos “líderes”, personas destacadas dentro de pequeñas o medianas comunidades por su capacidad de mando, más no de liderazgo. Estos líderes son los que “tienen los votos” pues constantemente se comunican con la comunidad, son miembros de Juntas de Acción Comunal o tienen fundaciones que trabajan por solucionar problemas locales. Lastimosamente, la mayoría de estos “líderes” se acostumbraron a recibir dinero y prebendas por parte de la clase política garantizando votos pero al mismo tiempo, marginando su labor social.
Los gastos para el candidato continúan: publicidad, recorridos, reuniones, desayunos, rifas y toda clase de actividades que tengan poder de convocatoria a cambio de un intercambio material serán la rutina hasta el día de la elección, pues las ideas, los principios y las convicciones en campaña solo quedan en el discurso; por parte del candidato pero sobre todo por parte de los electores que buscan el famoso CVY (¿Cómo Voy Yo?).
En tercer punto, el candidato tiene que protegerse de los continuos ataques que le harán antes, durante y después de la campaña, sus oponentes electorales pero sobre todo, de aquellos que bajo la misma colectividad aspiran al mismo cargo.
Pero finalmente lo más difícil de todo este proceso es querer aspirar a un cargo sin un apellido. En Colombia no se puede negar que los Santos, los Serpa, los Lleras y otros, han gobernado por generaciones este país y cualquier intento de un “outsider” activa las alarmas para iniciar con el bloqueo mediante la monopolización de las “herramientas electorales” descritas anteriormente.
No sé si este sistema se pueda cambiar, pero es claro que se requiere una renovación con principios y valores independientes de la corriente ideológica de preferencia, que convenza a la gente por lo que tiene en la mente y en el corazón y no por lo que tiene en el bolsillo. La realidad es que los colombianos estamos cansados de los partidos y de los mismos de siempre.