El auge de la estética gráfica del grupo terrorista M19 en la campaña de Gustavo Petro, pone en evidencia el carácter reivindicativo de su proceso político, y su nulo remordimiento frente a los hechos criminales asestados por la organización terrorista.
El auge de la estética gráfica del grupo terrorista M19 en la campaña de Gustavo Petro, pone en evidencia el carácter reivindicativo de su proceso político, y su nulo remordimiento frente a los hechos criminales asestados por la organización terrorista. En concreto, durante los últimos meses, el país ha experimentado un lavado de cerebro en las juventudes seguidores de Gustavo Petro, donde el candidato hace pasar los antecedentes delincuenciales del M19 como fenómenos políticos naturales derivados de vacíos institucionales sobre los cuales, tanto paramilitares como guerrilleros, encontraron el caldo de cultivo para su depravado actuar. Con ocasión de la campaña de Petro, sin embargo, es evidente un resurgimiento de la estética del grupo secuestrador, lo que junto con los sistemáticos llamados de Petro a recordar el M19, anunciaría el resurgimiento del grupo terrorista en Colombia –en Soacha el candidato dio vía libre a cambiar la bandera de Colombia por la del m19-.
Hace pocas horas, en medio de la celebración de su cumpleaños, el candidato presidencial volvió a hacer alusión del surgimiento del grupo terrorista como un “levantamiento contra el fraude electoral” de 1970. Lo novedoso del caso, no es su alusión atrevida a la desinformada interpretación de la historia que da nacimiento a todos los grupos narcotraficantes y terroristas del país, sino el carácter sistemático de tal conducta, que en su línea de tiempo, se puede remontar incluso al año 2010.
En suma, todos sus mensajes públicos desde el 2010 tienen un aciago trasfondo ideológico y político, todos justifican la sanguinaria semblanza de origen esquizofrénico y criminal del M19, todos demuestran que Gustavo Petro no está arrepentido de los crímenes del grupo secuestrador, todos son un llamado orgulloso a la acción reivindicativa de la escena terrorista.
Dentro de los mínimos cánones de la cordura pública, la ciudadanía colombiana ha estado atafagada de los discursos justificativos de las acciones paramilitares y guerrilleras. Esta narrativa demente, ha mutado durante los últimos años, convirtiéndose en un relato recurrente del narcotráfico organizado, para repetir el ciclo de impunidad periódico del país. En concreto, [pullquote]la falta de jerarquías políticas para diferenciar y abordar los problemas colombianos, ha llevado a considerar que las amenazas a la civilidad ocupan todas un mismo puesto de importancia.[/pullquote]
La realidad es otra, el terrorismo en cualquiera de sus manifestaciones, es prioritaria y axiomáticamente el primer pilar de destrucción humana e institucional de la sociedad moderna. Por ello, sus consignas paranoicas y de división apelando a la violencia calan con más hondura la psiquis de la juventud, cuyas capacidades de reacción y sentido de supervivencia, se encuentran por lo general limitadas frente a abordajes históricos y de contexto de la población adulta.
En suma, la pervivencia y tolerancia del discurso justificativo de la acción violenta, independientemente de originarse en un grupo guerrillero, narcotraficante o paramilitar, debe ser considerado con premura como un signo de intencionalidad destructiva y criminal, un indicio de manifiesta constitución criminal. En las palabras de un candidato a la presidencia, con antecedentes penales reales descansando desde 1985 en los cuerpos de justicia, [pullquote]el discurso que justifica la violencia, debe ser considerado un grito de batalla terrorista, una orden marcial de militancia mercenaria.[/pullquote]
La sistematicidad vanidosa y victimista con que el candidato presidencial Gustavo Petro alude con orgullo al teatro histórica del grupo secuestrador M19, utilizando incluso sus piezas gráficas en convocatorias públicas, no solamente constituye un preludio al renacimiento del grupo terrorista, caracterizado por su alianza con el narcotráfico de Medellín, sino un juego psicológico de penetración alienada del marco institucional.
La conducta de Gustavo Petro finalmente, evidencia la implementación, en plena campaña presidencial, de un mecanismo de erosión indirecta del estado de derecho y de cinismo frente a la mínima moral pública que caracteriza a un país civilizado. En otras palabras, el renacimiento del M19, con o sin el mismo título, con o sin las mismas siglas, el renacimiento del terrorismo, o lo que es lo mismo, un emplazamiento público de victoria histórica del terrorismo, en la ingenuidad de un país acobardado por los violentos. Si los demás candidatos no reaccionan con madurez, la permanente apelación de Gustavo Petro al M19, se convertirá, cada vez con más fuerza, en un homicida canto de sirena a la psiquis de la población más privada, acobardada e ignorante. En suma, una orden para castrense al incubar en el país nuevas células de acción terrorista contra el estado.
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