El episodio reciente de la muerte del delincuente Carlos Areiza, deja serias reflexiones sobre la existencia de intereses ocultos en hacer de los criminales las víctimas, y los ciudadanos, los victimarios. El travestismo noticioso cómplice de la transgresión criminal, subyacente en millonarios comunicadores como Daniel Coronell y en aliados del comunismo como Iván Cepeda, presenta trazos claros de definir en una democracia sana, alerta a la existencia de la depravación mestizada de periodismo o política social.
El episodio reciente de la muerte del delincuente Carlos Areiza, deja serias reflexiones sobre la existencia de intereses ocultos en hacer de los criminales las víctimas, y los ciudadanos, los victimarios. El travestismo noticioso cómplice de la transgresión criminal, subyacente en millonarios comunicadores como Daniel Coronell y en aliados del comunismo como Iván Cepeda, presenta trazos claros de definir en una democracia sana, alerta a la existencia de la depravación mestizada de periodismo o política social.
En concreto, en términos prácticos, los mayores peligros de una democracia no descansan en la identificación, persecución o aplacamiento de actores que por su conducta representan un peligro inminente para la sociedad en materia de seguridad. Por el contrario, son precisamente los actores ocultos, los que se alían tácitamente con el criminal para intimidar a la población civil, o aquellos que presentan al criminal como víctima, los que ocupan la peligrosa posición de ser las cabezas de la desestabilización social.
Hace algunas horas, el abogado Jaime Restrepo, reconocido por su combate abierto a las facciones infiltradas de las FARC, hizo público un detallado dictamen grafológico que certifica claramente la autoría del delincuente Carlos Areiza en sus imputaciones escritas contra el congresista Iván Cepeda Castro. El dictamen confirma lo que la mayoría de los colombianos ya intuían con ocasión de los numerosos documentos públicos escritos, firmados y certificados por el delincuente Areiza. En suma, que Cepeda le ofreció dinero y beneficios a cambio de declaraciones que mancharan la imagen de numerosas figuras de la oposición del país.

Antes del episodio, el periodista Daniel Coronell, haciéndole juego a declaraciones del delincuente Areiza, tomó la decisión de aprovechar sus nuevas falsedades a la Corte para atacar a numerosas figuras de la oposición. La conducta, típica del polémico periodista, hubiese pasado desapercibida de no haber sido por la dimensión del escándalo que le trajo réditos de sus seguidores, acostumbrados como el, a hacer de los criminales las víctimas, y a perseguir con delirantes y farragosos artículos a personas de la oposición política de la nación.
El paso de las horas descubrió su depravada conducta. Areiza si firmó, escribió, detalló, constató con sus huellas digitales y acuso a Iván Cepeda, y con las nuevas pruebas, Coronell volvió a ser centro del escándalo del periodismo canalla.
El daño sin embargo ya estaba hecho. Con Areiza muerto, de nuevo, Daniel Coronell e Iván Cepeda buscaron iniciar una cacería de brujas, convirtiendo a ciudadanos sin antecedentes penales en criminales, y elevando a la condición de victimas a criminales como el paramilitar Carlos Areiza. Todo por el depravado negocio de perseguir a la oposición democrática de Colombia, pavimentando el camino de colonización institucional que las FARC requieren, incluso a costa de hacer alianzas de terroristas y paramilitares como el fallecido Carlos Areiza. La alianza, finalmente, pone en evidencia la naturaleza transgresora de Cepeda y sus seguidores, familiarizados de antaño con la nefasta incursion del Partido Comunista y las FARC como la alianza histórica del narcotrafico mercenario regional.
El episodio repugnante protagonizado por Cepeda y Coronell, sube a la superficie colombiana sus nombres como cerebros de persecuciones infundadas contra la oposición o la derecha del país. Sus numerosas imputaciones calumniosas, sus artículos desordenados y paranoicos, su afectada pedantería para captar adeptos, sus personalidades grises y presumidas, su rústico y consistente sesgo, su mezquindad y su victimismo, prenden las alarmas de la democracia continental y colombiana, experimentada en identificar al terrorismo, el narcotráfico y sus aliados tácitos, subrepticios o explícitos.
A pocas semanas de las elecciones, figuras como Coronell o Cepeda deben ser desnudadas en toda su naturaleza irresponsable y degenerada. Con ocasión del reciente episodio, los dos se alían y se aliarán –junto con otros-, para amplificar toda calumnia que afecte a la derecha democrática regional, incluso si ello implica pactar con paramilitares como Areiza, o presentar a los impresentables narcos y asesinos del secretariado de las FARC como voceros de la “Reconciliación”.
La larga noche que el país ha vivido a causa del terrorismo, y la complacencia de la elite bogotana en salvaguardar su poder con alianzas ilícitas presentadas como “procesos de paz”, aún tiene episodios que no han sido conocidos por la opinión pública. Por esto, la extradición reciente de Santrich y las presuntas imputaciones de la DEA sobre miembros del gobierno Santos, serán de nuevo, otro campo de batalla para que la democracia y la ciudadanía recuperen su espacio perdido, y para que figuras como Coronell y Cepeda, mercenarios del comunismo, sean puestos en evidencia por su ignominia.
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