Hacia un nuevo conservatismo

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¿Que pasa con el Partido Conservador en Bogotá? Dos concejales y tres ediles (apenas uno más que el partido FARC) fue el triste, pero poco sorprendente resultado de las últimas elecciones. ¿Cómo se explica que uno de los partidos más tradicionales de Colombia hoy en día solo juega un papel marginalizado en la política bogotana?

"¡Es que Bogotá es de izquierda!" será la respuesta de algunos. No es cierto. No se trata de derecha o izquierda. No es un tema de ideología. En Bogotá el discurso, la propuesta concreta y la imagen del candidato importan más que su ideología. No pasa lo que pasa en otros lugares del mundo con libres elecciones dónde desde décadas gana el mismo partido, sin importar que propuesta o imagen pública tiene su candidato.

La victoria de Enrique Peñalosa en 2015 respalda esa tesis. Peñalosa contó con el aval de un partido que se ubica en el espectro de centro(derecha). Obviamente no ganó por la ideología de ese partido. Ganó sobre todo porque prometía un cambio después de doce años oscuros bajo la administración de la izquierda radical. La victoria de Claudia López en 2019 también respalda la tesis. La candidata del Partido Verde no ganó por su "ideología progresista", sino por su imagen pública basada en el eficiente discurso (populista) de la anticorrupción.

Hay varios casos que demuestran que la política bogotana es altamente dinámica y que el discurso y la imagen del candidato son de máxima importancia. Es justo ahí dónde el Partido Conservador aparentemente ha fallido en los últimos treinta años desde que Andrés Pastrana dejó la alcaldía. ¿En que hemos fallido exactamente?

Un gran problema del Partido es ser identificado como un partido de gobierno o del "establecimiento". El Partido en los últimos veinte y dos años entró en coalición con el gobierno nacional. Resultó ser desventajoso para la colectividad partidista ser aliado de gobiernos impopulares como el de Santos.

Tanto las bases del Partido como el electorado general se alejaron del Partido Azul, se sintieron abandonados y en muchos casos se inscribieron en otros partidos cuyos dirigentes quizás representaban más sus líneas ideológicas.

Hacer parte de diferentes gobiernos también tuvo el efecto negativo de que el Partido fue concebido como oportunista. En tiempos de redes sociales la credibilidad (o la capacidad de venderse como creíble sin serlo) es un factor muy importante de la política electoral, si bien el clientelismo sigue jugando un papel relevante. El veneno más grande para la credibilidad es el oportunismo, pero éste a su vez es una base del clientelismo.

El actual dilema conservador es entonces el siguiente: Es posible defender algunas curules con clientelismo y oportunismo, pero es imposible ser un fuerte movimiento político de masas sin credibilidad. Algo que en su momento lo supieron leer muy bien Antanas Mockus, Álvaro Uribe Vélez o Rodolfo Hernández, ex alcalde de Bucaramanga.

De cierta forma se puede decir que las élites del Partido han autodestruido al Partido como movimiento de masas. Cada partido político con sincera vocación social debe tener el objetivo de convertirse en un movimiento de masas, pero mientras que el Partido es visto por varios dirigentes como una especie de empresa para el propio beneficio, jamás podrá convertirse en esa fuerza electoral que podría ser.

Dejar el oportunismo politiquero y concentrarse en nuevas estrategias electorales implica tomar riesgos altos para el Partido, pero cada gran cambio se genera asumiendo riesgos. Por el futuro de Colombia es hora de pensar en un Nuevo Conservatismo. Un Nuevo Conservatismo que sabe escuchar las problemáticas de la ciudadanía sin caer en el error de lo políticamente correcto, pero tampoco hay que perderse en el populismo barato.

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